Tarapacá y Antofagasta son dos regiones que se han caracterizado históricamente por aportar al país a través de su producción minera. Si a finales del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX lo hicimos a través del salitre, luego nuestro aporte regional al país surgió de la explotación del cobre.
La experiencia con la extracción minera y sus ciclos económicos nos da lecciones que parecemos no aprender como país. En cada baja de la actividad los expertos nos recuerdan, una y otra vez, que no debemos depender exclusivamente de la exportación de materias primas, que es necesario diversificar nuestra economía.
Como Gobierno Regional estamos preocupados del escenario internacional del cobre, pero ante esa realidad estamos tomando la acción antes que esperar a que lleguen efectos más complejos.
Tarapacá es mucho más que cobre y hacia allá estamos dirigiendo nuestros esfuerzos, con miras a la región que queremos en las siguientes cuatro décadas.
La semana pasada, justamente, concretamos acciones que van en esa dirección, acciones que pueden parecer hitos independientes, pero que en realidad están perfectamente relacionados y son decisiones con sentido.
Destinar cerca de 1.500 millones de pesos en maquinarias para el ministerio de Obras Públicas, firmar un convenio de cooperación con el ministerio de Bienes Nacionales y la Cámara Nacional de Comercio, restaurar la Pulpería de Humberstone -una inversión de $1.300 millones- y entregar el Centro de Desarrollo de Negocios de Iquique, y próximamente el de El Tamarugal, son decisiones que estamos tomando como Gobierno Regional para proyectar nuestra querida Tarapacá hacia el año 2050.
Cada una de esas acciones corresponden a encadenamientos que van a generar, por ejemplo, nuevos caminos por donde transitarán los turistas y las empresas de energías renovables que queremos ver en nuestra región; generarán, también, nuevos emprendimientos que darán servicio a esos turistas y a esas empresas de energía; serán -por qué no soñar con aquello- las vías para transportar los nuevos productos que exportará El Tamarugal; y, por cierto, el espacio que dará nuestro país para que las mercancías de nuestra América fluyan por el océano Pacífico.
Pensar en la región no es solo resolver las trabas contemporáneas, sino que también visualizar qué será de Tarapacá cuando nuestros hijos determinen los destinos del territorio. A ellos es a quienes debemos dejar las bases, hoy.